“¡Tarde te amé! Tarde te amé, Señor, Hermosura siempre antigua y siempre nueva.”
Tú, siempre antiguo y siempre nuevo, siempre conmigo, siempre en mí. Y yo, Señor,… ¡siempre tarde! Siempre tarde, siempre lenta, siempre torpe, siempre ciega, siempre sorda, siempre despistada, siempre perdida… buscando donde no se puede encontrar, llamando donde nadie me va a oír, poniendo el corazón donde lo van a maltratar y no lo van a cuidar como lo cuidas Tú, siempre deseando lo que no me has dado y no amando y valorando lo que me has regalado...


Gracias, porque aunque yo te amado tarde, Tú no te has cansado y no te cansas y no te cansarás nunca de seguir llamándome, de seguir entrando en mi vida y llenándome de tu Vida, haciéndome vivir. ¡¡Amor Resucitado enamórame cada día y llámame con fuerza!! Vence mis egoísmos y no escuches mi letanía de lamentos y el clamor de mi egoísmo protestando y resistiéndome a tu amor.
¡Qué bueno eres, Señor! ¡Qué bueno eres! Y yo… ¡qué tonta soy a veces! Pero tu Bondad es infinita y mi tontería, mi necedad, aunque es grande, tiene límites; mientras que tu Bondad, tu Misericordia, tu piedad hacia mí, no lo tienen. Y ahí está mi dicha y ahí está mi seguridad y ahí está mi confianza y ahí está mí descanso: en que, por grande que sea mi pecado, siempre serán más grandes tu Amor y tu Gracia; por mucho que abunde mi pecado, siempre sobreabundará tu Gracia.
¡Gracias, Señor, gracias! Porque, aunque tarde y pobremente, has conseguido que yo te ame. Y el hecho de que yo te ame, no te cambia a Ti, no es bueno para Ti: es bueno para mí, porque mi felicidad está en amarte.
Gracias porque has sido tenaz y me has perseguido, porque sigues siendo tenaz y sigues persiguiéndome en mis pequeños desvíos de cada día. Nos enseñaste a rezar, Señor, y a decirle al Padre… “que nos dé el pan de cada día”. Que con el Pan de cada día, con el Maná verdadero que eres Tú, me dé también tu Paciencia de cada día, tu Misericordia de cada día, tu Piedad de cada día, tu enamorarte de mi cada día, tu buscarme cada día, porque yo necesito mucho más, infinitamente más que el pan: ¡Te necesito a Ti, que eres el Pan Verdadero, el Maná Verdadero, el Pan Vivo! Mi vida cada día eres Tú. ¡Gracias, Señor!
Esta paráfrasis de San Agustín hasta hoy y por eterno resuena aquella hambre y sed que tiene el ser humano de encontrarse con Dios. El nunca bastante como lo dijo el seráfico poverello de Asís viene a encajar en uno de los tantos ejemplos de conversión que respondieron a las iniciativas que tiene Dios.
ResponderEliminar