domingo, 13 de noviembre de 2016

TARDE TE AMÉ. Reflexión agustiniana.

“¡Tarde te amé! Tarde te amé, Señor, Hermosura siempre antigua y siempre nueva.”
Tú, siempre antiguo y siempre nuevo, siempre conmigo, siempre en mí. Y yo, Señor,… ¡siempre tarde! Siempre tarde, siempre lenta, siempre torpe, siempre ciega, siempre sorda, siempre despistada, siempre perdida… buscando donde no se puede encontrar, llamando donde nadie me va a oír, poniendo el corazón donde lo van a maltratar y no lo van a cuidar como lo cuidas Tú, siempre deseando lo que no me has dado y no amando y valorando lo que me has regalado...
¡Así soy, Señor! Pero aunque voy tarde, aunque soy lenta, aunque me cuesta ser presurosa a la hora de amarte, Tú no te cansas de esperar, de esperarme aunque sea tardía, débil, remisa… ¡no te cansas! Lo más grande que me ha pasado en la vida, Señor, es que, a pesar de mi tardanza, Tú siempre te has adelantado y ha sido presto, rápido, veloz… no has escatimado medios, no has tenido pereza en la hora de amarme, de perseguirme, de buscarme, de”acosarme”, de hacerte el encontradizo y “forzarme” a mirarte… No te has cansado de mí, de llamar a mi puerta, de insistir, como dice Agustín: “quebrantaste mi sordera, diste luz a mi sordera, me llamaste, anegaste mi vida con tu Presencia, con tu Amor y por fin empecé a vivir.”
Aún así… a veces vuelvo a mi letargo, a mi lentitud, a cerrar mis oídos, mis ojos y mi corazón, pero Tú no te rindes nunca y me sigues llamando y “quebrando mi sordera”. Tu voz llega a mí cada día diciéndote que me amas; tu Presencia entra en mí cada día haciéndote mendigo, demandando lo que en realidad siempre ha sido tuyo, pero que yo me apropio como si fuera mío.
Gracias, porque aunque yo te amado tarde, Tú no te has cansado y no te cansas y no te cansarás nunca de seguir llamándome, de seguir entrando en mi vida y llenándome de tu Vida, haciéndome vivir. ¡¡Amor Resucitado enamórame cada día y llámame con fuerza!! Vence mis egoísmos y no escuches mi letanía de lamentos y el clamor de mi egoísmo protestando y resistiéndome a tu amor.
¡Qué bueno eres, Señor! ¡Qué bueno eres! Y yo… ¡qué tonta soy a veces! Pero tu Bondad es infinita y mi tontería, mi necedad, aunque es grande, tiene límites; mientras que tu Bondad, tu Misericordia, tu piedad hacia mí, no lo tienen. Y ahí está mi dicha y ahí está mi seguridad y ahí está mi confianza y ahí está mí descanso: en que, por grande que sea mi pecado, siempre serán más grandes tu Amor y tu Gracia; por mucho que abunde mi pecado, siempre sobreabundará tu Gracia.
¡Gracias, Señor, gracias! Porque, aunque tarde y pobremente, has conseguido que yo te ame.  Y el hecho de que yo te ame, no te cambia a Ti, no es bueno para Ti: es bueno para mí, porque mi felicidad está en amarte.
Gracias porque has sido tenaz y me has perseguido, porque sigues siendo tenaz y sigues persiguiéndome en mis pequeños desvíos de cada día. Nos enseñaste a rezar, Señor, y a decirle al Padre… “que nos dé el pan de cada día”. Que con el Pan de cada día, con el Maná verdadero que eres Tú, me dé también tu Paciencia de cada día, tu Misericordia de cada día, tu Piedad de cada día, tu enamorarte de mi cada día, tu buscarme cada día, porque yo necesito mucho más, infinitamente más que el pan: ¡Te necesito a Ti, que eres el Pan Verdadero, el Maná Verdadero, el Pan Vivo! Mi vida cada día eres Tú. ¡Gracias, Señor!